lunes, 18 de febrero de 2008

A  D E S T I E M P O  Y  A  D I S T A N C I A
Comentarios sobre la obra de Maria Cristina Carbonell
Sonia Casanova*

Humor acuoso…
El agua, símbolo del inconsciente, fuerza vinculante entre el cielo y la tierra, es el elemento con el que María Cristina Carbonell inunda objetos y estructuras para crear un nuevo orden desde su particular visión.

Las primeras obras tridimensionales datan de 1989-90 y son una serie de prendedores anecdóticos con personajes en plata extraídos de una “Ultima Cena”. Estas representaciones de la Eucaristía, de la iconografía tradicional, existen en diversos metales, desde latón hasta plata repujada. A óptica de los prendedores, los comensales se transforman en nadadores y buzos en mares de resina azul. Judas bucea por un signo de dólar; Jesús nada tras un corazón. Algunos nadan de pecho, otros llevan un tiburón como escolta y otros usan lentecitos de piscina, elaborados con piedras semi-preciosas. Una jarra derrama el mar.


Aqua, que me muero de sé” es el título de su primera exposición individual. “Aqua” en latín por la liturgia y “sé” por ser y por sed. Ella se muere por ser y tiene sed de respuestas y orientaciones. La exposición estuvo constituida por obras acuáticas: espejos, prendedores y piscinas que eran esculturas y también juegos de palabras. Ensamblajes fantásticos en los que predomina el humor y se inscriben dentro de una estética kitsch.


La “Ultima Cena” es a la vez la representación de un sacramento, la Comunión, y del episodio de la vida de Cristo en el que lo traiciona uno de sus discípulos. La artista se interesa por la narración, por la historia de Judas Iscariote, que interpreta como una lucha entre el corazón y la traición. En la obra conceptual “La descomposición de la Ultima Cena” (1991), el drama se desarrolla en varios cuadros, como en una película, realizada mediante la deconstrucción de un ready made.

En estas primeras obras aparece el humor, elemento que persiste y en el que profundiza a medida que su trabajo se hace más conceptual. Las ideas son cada vez más complejas y los juegos de palabras aportan las claves para su comprensión.

Sobre las aves…
En la obra Orpheus Descending, de Tennessee Williams, los personajes hablan de un pequeño pájaro azul de grandes alas transparentes que se confunde con el cielo, por lo que no tiene predadores. Duerme en el aire y sólo toca tierra cuando muere. Este animal, perfecto y extremadamente libre, es una ilusión posible para María Cristina Carbonell. Ella sabe que las aves reales son esclavas de una alerta constante. La libertad es la posibilidad de inventar bestias y formas.

La artista tiene un particular talento para criar aves, desde pichones hasta cuando pueden valerse por si mismos. Una vez, encontró un pato chiquito perdido en un río amazónico, lo trajo a la ciudad, donde vivió varios años. El ave se convirtió en mascota y obedecía a órdenes sencillas. Para agregar la injuria a la infamia, fue víctima de un secuestro: lo robaron para comérselo, pero su dueña pagó el rescate. Videos del pato disfrazado de astronauta, o adornado con flores, son los primeros en los que la artista trabaja sobre el estado de distanciamiento y enajenación, que reaparece en su obra en la forma de frases lapidarias y de videos.

Menos civilizados que el pato, la artista cuidó también de dos colibríes, entre otras aves. Una vez libres, los colibríes regresaban al alimentador con el que fueron criados. Su aleteo invisible, hermoso y a la vez angustiante, fue el objeto de filmaciones. En Amazilias (1997), se ven, gracias al slow motion, las formas evanescentes que crea el aleteo según los cambios de sentido del movimiento.

Sobre las huellas…
Desde 1993, María Cristina Carbonell trabaja el mármol, su materia preferida hasta el presente. Al principio era sólo un soporte para las palabras y los conceptos, pero a medida que perfecciona la talla se convertirá en un instrumento del dibujo tridimensional. La artista trabaja dándole prioridad a los sonidos: el mármol responde de manera musical al golpe del cincel, indicándole el lugar por donde tallar; dónde es débil y se puede partir, dónde es duro y se puede golpear.

Los juegos de palabras y el humor de las primeras obras van cediendo paso a sus preocupaciones por la naturaleza y por la muerte. La palabra tiene mayor peso una vez que se inscribe en la piedra. Los Libros (1993-94) son reflexiones sobre vanitas. La artista utiliza libros de muertos, que se encuentran sobre las tumbas, como soporte para escribir sobre la vida.





Cada libro porta una de diecinueve oraciones que plantean interrogantes y metáforas sobre modos de vivir, sea desde una caja de vidrio, donde puedes observar todo pero eres inalcanzable, o buscando protección y seguridad porque estás sobre arenas movedizas. Los libros juntos constituyen una narración circular que finaliza con la siguiente frase: “¿Cuánto crees que vales muerto?”.

Antes de que se impusiera el material, la palabra era la obra. El trabajo constante sobre el mármol y el pensamiento acerca de su perdurabilidad, contrapuesta a nuestra efímera existencia, así como la solemnidad de los mensajes que preserva para la historia, influyen desde entonces en el trabajo de la artista.

Nuevamente la iconografía cristiana siembra ideas en la mente de María Cristina Carbonell. En 1993, mientras pasea por la Via Appia Antica, entró en la Capilla Domine Quo Vadis, en la que hay una placa de mármol que reproduce las huellas que, según la leyenda, dejó Cristo en el momento en que se apareció ante San Pedro, cuando huía de Roma y del martirio.


Ese mismo año, viajando por el Orinoco, la artista fotografía huellas de animales en el barro de las riberas. De regreso, en Caracas, las identificó junto a un paleo biólogo.

Epicedio (1994) es el testimonio contundente del paso fugaz por la ribera y de una frágil existencia. María Cristina Carbonell talla las huellas en mármol, y las identifica con el nombre común y científico de cada animal, así como el grado de vulnerabilidad o CITES. La primera obra de esta serie fue la mano huesuda de un mono, un fósil, que parece de un alienígena; las siguientes huellas, mullidas y redondeadas, son composiciones abstractas hasta que el texto las identifica.











En 1998, en Carrara, Italia, la artista perfecciona las técnicas que le han permitido abordar grandes volúmenes en mármol. Desde el año 2000, representa en piedra la huella evanescente que deja un cuerpo sobre una superficie mullida. Las Almohadas son bloques de mármol trabajados por todos los lados; sus superficies muy lisas tienen suaves ondulaciones. Los pesados bloques producen la ilusión de ligereza.

Cada Almohada es una pieza contundente y cuidadosamente trabajada. Sin embargo, ellas fueron concebidas como instalaciones, como conjunto. Bajo el título de Tras el amanecer María Cristina Carbonell imaginó el grupo de almohadas en mármol blanco en una sala, como recordatorio de las vidas que pasaron un instante, mientras que un video de amaneceres y atardeceres sucesivos, con colores exaltados, se proyecta continuamente en una pantalla. La impronta en este caso es humana; es el fósil de una postura. Sólo falta el CITES de estos mamíferos. Cada almohada remite a una individualidad, el conjunto es la metáfora de una civilización.

María Cristina Carbonell no hace maquetas ni bocetos previos porque considera que “tallar es como dibujar en la tridimensionalidad”. Una de las primeras obras que hizo en Carrara fue un pañuelo en mármol blanco que parece ondular en el viento. La artista pensó en esta obra en un paseo por el Golfo della Spezia, como una despedida de Lord Byron a Shelley, quien desapareció en ese golfo cuando una súbita tormenta hizo naufragar el Ariel, su barco. El Pañuelo (1998) es el inicio de una tendencia del trabajo sobre piedra: la de producir la ilusión de ligereza.

Sobre fósiles, huesos y paisajes…
Vanitas es el nombre que se da a las naturalezas muertas de los siglos XVII y XVIII en las que aparecen flores en su máximo esplendor y frutos en su estado de mayor maduración (al que sólo puede seguir la decadencia) junto a calaveras o clepsidras que sugieren que lo representado, además de ser un ejercicio de perfección pictórica, refiere a la fugacidad de la vida.

María Cristina Carbonell aborda el género de la naturaleza muerta para reelaborarla con elementos de las representaciones tradicionales. La artista utiliza cráneos de vaca descarnados por el desierto y plástico con estampados industriales. Forra los cráneos con el plástico, repinta sobre ellos siguiendo el patrón original de las flores impresas y cubre todo con resina. Son diez calaveras floridas que componen dos series: cinco cabezas de búfalos con flores amarillas, Bucólico, y cinco de vacas, con rosas rojas, Vacólico, ambas realizadas en 1993. Esta es una obra profunda y oscura aunque están presentes el carácter humorístico, el juego de palabras y los elementos del kitsch. Michael Mezzatesta, Director del Duke University Museum of Art, escribe una carta a la artista en la que resalta el carácter elegíaco de la obra, que en su conjunto vio como un “bosque de calaveras” y “sugiere la brutalidad, la lucha y la fragilidad de nuestra existencia pero con una intensa presencia física que es atrevida y sorprendente.”

Los códigos y escenografías de los laboratorios y de las exposiciones científicas presentan los huesos y fósiles como fríos objetos de estudio, despojados de toda carga poética. En Au revoir les enfants (1995) la artista muestra reproducciones de huellas fósiles sobre estantes con fichas técnicas, como si se tratara de un laboratorio. Los fósiles son falsos; son reproducciones en planchas de barro cocido, rotas en pedazos y vueltas a armar, imitando el minucioso trabajo de un paleontólogo. La instalación es una gran naturaleza muerta, y las planchas rotas son composiciones artísticas que juegan con nuestra percepción.


El barro es el primer elemento preservador de huellas y fósiles. Urumaco, 1998, simula una exhibición de museo de ciencias. Los fósiles son reales y fueron prestados por el departamento de paleo biología de la Universidad Simón Bolívar: caparazones de tortugas, vértebras, mandíbulas y coprolitos gigantes. Junto a los fósiles, habían fotografías de paleontólogos. La obra exhibe la evidencia de una vida.


La artista extrae de la naturaleza interesantes materias primas. Con fósiles y esqueletos hace naturalezas muertas; con esternones de calamares enormes, que tienen una luminosidad parecida al mármol, construye un paisaje. Paisaje de un paisaje (1996) es una composición angulosa y fluida, inspirada en una obra romántica de Caspar David Friedrich.

Entre 1993 y 1997, María Cristina Carbonell hace varios viajes de larga duración Orinoco arriba, hasta el Río Negro. Allí tomó fotografías en blanco y negro, con cámaras desechables y sin intervenciones digitales, que componen la serie Paisajes dislocados. Al cambiar la orientación de los paisajes, aparecen figuras constituidas por la vegetación y su reflejo sobre el fondo del río y del cielo, como un Cáliz, o un cohete en Rocket Nature.

Después del último viaje al Amazonas, en 1997, siguió un período de ensimismamiento. La artista analiza la mirada de manera directa: dibuja sus ojos con sutiles cambios de expresión a cualquier hora del día y de la noche. Esta serie de dibujos indica un cambio en su obra hacia los contenidos personales.

Sobre la ligereza…

El ángulo de la Eternidad (1998) es un domo geodésico en acrílico transparente dentro del cual parece flotar una pluma de mármol. Es un homenaje al padre de la artista, en el que representa la ligereza en piedra.

Las plumas están recurrentemente en la obra entre 1998 y 2000. Este interés se debe en parte al conocimiento del arte plumario de los yanomami que la artista obtuvo de sus viajes amazónicos y de su deseo de representar la perfección y la liviandad, como el aleteo de un colibrí. Primero dibujó plumas a lápiz, luego hizo series de coloridos giclées.

Las obsesiones personales y el conocimiento científico se unen en la obra Black Veil (2000). Son negativos ampliados de fotografías de una pareja y su recién nacido: la artista y sus padres. El negativo da la impresión de veladura; hay que ver a través para entender las expresiones. María Cristina Carbonell descubrió en ese entonces que una hormona, la oxitócica, tenía gran responsabilidad en el desarrollo de los afectos, y veló una imagen de felicidad familiar, dejando abierto el enigma acerca de la relación de los afectos y de las mezclas hormonales. El velo negro es el que cubre la nave espacial que se incendia en llamas al entrar en la atmósfera terrestre y simboliza también la membrana que recubre al recién nacido. La artista se apropia de elementos científicos y aquí se distancia de las experiencias personales.

Entre el 2004 y el 2005, María Cristina Carbonell continúa trabajando grandes volúmenes en mármol, especialmente las almohadas. Paralelamente, retoma otras técnicas para desarrollar nuevas investigaciones: la fundición en bronce y aluminio de objetos pequeños como corazones acuchillados, así como grandes almohadas con brillo metálico; el dibujo con plastilina, y el video.
The Art of Dealing es el título de la serie de tres videos en los que se documentan las actuaciones de un extraño personaje que intenta interactuar en un mundo de transacciones comerciales. El personaje es la artista con máscara y traje de japonesa con un elaborado adorno floral. Ella pasea por los mercados callejeros y los centros comerciales. Los videos siguen las etapas del personaje, que van de la esperanza a la frustración y a la agresividad para culminar retornando a si misma y a la paz. La trilogía refiere la enajenación, el distanciamiento de sí mismo en el intento por sobrevivir y participar de la sociedad.

El proceso creativo es continuo y las obras son la materialización de un instante del mismo. María Cristina Carbonell trabaja con libertad y habilidad sobre diversas técnicas y materiales creando formas sugerentes que trastocan la percepción. Los avances científicos y las reflexiones estéticas enriquecen su investigación sobre la transitoriedad y la posibilidad de reinterpretar lo que se pensaba único y fijo.


* Investigadora en arte, curadora y escritora. Curadora de exposiciones para instituciones públicas en Venezuela como Arte en Movimiento, 1998 y Reacción y Polémica en el Arte Venezolano, 2000 y Miranda y su tiempo, 2006. Escribe reseñas y artículos para Art Nexus y otras publicaciones especializadas.